Bajar o subir impuestos son las dos grandes opciones que las distintas fuerzas políticas nos plantean.
Mientras unos sugieren subirlos en aras a una mayor justicia social, otros proponen
bajarlos para aliviar la pérdida del poder adquisitivo de las rentas más vulnerables.
Pero,¿es este el debate? Personalmente creo que no.
El gran problema es que la presión fiscal no se distribuye de forma equitativa
El debate, en mi opinión, ha de ser si el esfuerzo fiscal se está hoy distribuyendo
adecuadamente entre los diferentes tipos de renta. Y la respuesta es que no.
En efecto. Las rentas altas, o, mejor, las muy altas, no hacen hoy un esfuerzo fiscal
equivalente o igual al de las rentas medias y bajas.
Sin embargo, el único culpable de ello son los gobiernos de uno u otro color, que, por
distintas razones, no han adoptado las medidas adecuadas para corregirlo.
Es cierto que el actual Gobierno ha procurado mejorar la situación. Pero es cierto,
también, que ha fracasado en su intento por su extrema obsesión con las grandes empresas y fortunas.
Obsesión, digo, por no saber diferenciar entre riqueza y fiscalidad.
En efecto. El problema no es ganar mucho dinero, sino si el esfuerzo fiscal que ha de hacer quien más riqueza genera, es equivalente al que se le exige a quien obtiene una riqueza inferior.
El problema, en definitiva, es que la presión fiscal no se distribuye de forma equitativa. Pero entiéndase bien. No me refiero al IRPF, sino a la progresividad real del sistema tributario en su conjunto. Y esto, nada tiene que ver con la necesidad de crear la máxima riqueza posible.
Esa inequidad, o falta de un esfuerzo fiscal igual, es todavía mayor si los supuestos de
vulnerabilidad aumentan y la riqueza se distribuye de forma muy desigual.
Pero el problema no son los empresarios, ni los muy ricos, ni los beneficios de las grandes empresas. No.
El problema es la obsesión de nuestros políticos en alimentar las alternativas extremas sin esfuerzo alguno por intentar consensuar los puntos que les unen: riqueza y equidad. En efecto. Tan importante es reconocer la necesidad de crear riqueza, como la de que su objetivo es garantizar el bien común. Objetivo que se consigue con políticas que tengan como objetivo garantizar una vida digna, esto es, una vida sin riesgo de inclusión en el umbral de la pobreza.
Vida digna que no es garantizar una renta mínima, sino un trabajo digno.
Y sí. Es cierto. Unos y otros tienen recetas distintas. Pero su objetivo es el mismo.
En consecuencia, desincentivar los extremos exige unirse en lo básico: dignificar la
creación de riqueza y consensuar su justa distribución. Y esto exige reconocer que nuestro
sistema tributario en su conjunto no es lo equitativamente progresivo que habría de ser y que, por tanto, es necesario adoptar las medidas correctoras que procedan.
El único problema es que reconocerlo no gusta a los unos, y exagerarlo es lo que les gusta a los otros. En el ínterin, los extremismos se alimentan.
Podéis consultar el artículo en la página web de La Vanguardia.